Cetarti está hundido en la nada. Sin trabajo (despedido por «falta de iniciativa y conducta desmotivante») ni propósito, pasa sus días encerrado viendo la televisión y fumando porros. Una tarde recibe la llamada de un desconocido, que le informa de que su madre y su hermano han sido asesinados a escopetazos. Viaja a Lapachito, el derruido pueblo donde vivía su madre, para hacerse cargo de los cadáveres.
Allí, en un paisaje de casas hundidas en el barro y animales venenosos, conoce al suboficial retirado Duarte, antiguo militar, albacea y amigo del asesino de su madre. Desde este punto de partida, el lector acompañará a Cetarti en un derrotero azaroso que incluirá las chapuzas ilegales para cobrar un seguro a medias con Duarte, la mudanza a la casa de su hermano muerto (pasillos repletos de basura ordenada, «una especie de tumba de Tutankamón pero con mugre en vez de tesoros»), y la nebulosa complicidad en los oscuros negocios del albacea. También es la historia de Danielito, un inocente hijo de la violencia y auxiliar de Duarte, hermanado a su vez con Cetarti en la deriva, el puro estar y las acciones con motivos que no logran percibir.
Opaca, lacónica y por momentos brutal como sus personajes, Bajo este sol tremendo probablemente comparta territorio con algunas películas de los hermanos Coen. Es una novela poderosa, sin reflexiones psicológicas ni demasiados datos concretos del porqué de la anestesia emocional de sus protagonistas. Construida sólo desde el relato de las acciones de estos outsiders casi absolutos, no hay guiños generacionales ni discursos éticos o políticos sobre la tortura, el crimen, la culpa, el vacío existencial o la historia reciente del país. Y, sin embargo, estos temas asoman en la trama, golpeando la narración como chocan los insectos contra el parabrisas de los coches que conducen Cetarti, Duarte y Danielito en sus viajes a la nada, atravesando las rutas amenazantes de la negra provincia.
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